Sobre mí

Barcelona, desde lo alto de La Pedrera

Todo empezó en mis primeros años de adolescencia en Vilanova i la Geltrú, cuando quise saber qué significaban exactamente las canciones que cantaba. Y empecé a traducirlas para mí misma.

Por aquellos entonces no había ni DeepL ni diccionarios electrónicos. Solo contaba con un diccionario Vox escolar en papel, de esos que todos teníamos en casa. Ni siquiera Peter, un risueño profe inglés que tuve por breve tiempo, me supo explicar qué significaba «Bullet the blue sky» (tema de mis entonces admirados U2). Pero eso no me detuvo.

Después de mis primeros años de inglés, me lancé a aprender francés en el instituto, ya en Barcelona. Recuerdo la comedida perturbación de Assumpta, mi profesora de francés, en 1.º de BUP al enterarse de que no sabía decir ni «bonjour». Pero, como siempre he disfrutado aprendiendo idiomas, alcancé sin grandes problemas el nivel de la clase. Siempre he sido muy machacona para eso. Y ella me obsequiaba prestándome libros en francés para pasar el verano.

Ya en COU repartieron en clase un formulario donde teníamos que indicar qué carreras, por orden de preferencia, nos interesaban. Y las dos primeras opciones que elegí eran Traducción e Interpretación, en la UPF y en la Autónoma de Barcelona.

Para poder entrar en la carrera de Traducción no solo debías alcanzar la nota de corte en la selectividad, sino realizar una prueba adicional de acceso. La hice en ambas universidades. Pero, al enterarme de que había aprobado en la UPF, que estaba en la parte baja de La Rambla y me quedaba a menos de 15 minutos andando de casa, ya no fui a ver los resultados de la UAB, que estaba en las afueras de la ciudad. A día de hoy todavía no sé si aprobé en la UAB.

Tras cuatro años de estudio extremadamente intenso -era prácticamente imposible alternar los estudios con algún trabajillo-, obtuve mi licenciatura. Y ahí comenzó mi aprendizaje de verdad.

Desde junio de 1997, empezando con encargos de corrección para el Institut d’Estudis Catalans y proyectos de traducción para una agencia de localización de software, no he parado de traducir. En el camino incorporé mi tercera (ahora primera) lengua extranjera: el alemán. Y son los millones de palabras que llevo traducidos los que me han conducido a la auténtica traducción profesional. Una carrera universitaria es un taparrabos con el que enfrentarte en tus primeros escarceos laborales. La experiencia del día a día es la que te enseña a vestirte debidamente.

Sin embargo… la historia no termina ahí. El año 2005 supuso el inicio de una retahíla de nuevas etapas personales y profesionales en Alemania, donde resido en la actualidad. Una cadena de casualidades (por llamarlas de algún modo) me condujo a un nuevo reto: dar clases de español en tierras germanas. Tal vez no suene a mucho, pero lo que me ha aportado esta experiencia en mi desarrollo profesional y, sobre todo, como persona no tiene precio.

Di mis primeros pasos en la docencia en 2009, concretamente en la Volkshochschule, una escuela de adultos extendida por todo el país. De ahí, y de la forma más insospechada (como suele suceder en esta vida), empecé a dar clases en las universidades de Hohenheim y Tübingen nueve años más tarde. Y, poco después, inicié mis colaboraciones para el desarrollo de obras de aprendizaje del español con una de las principales editoriales alemanas: Ernst Klett Sprachen.

A día de hoy alterno estas tres actividades y, echando la vista atrás, no puedo evitar preguntarme qué otras sorpresas me deparará la vida. Eso sí: en cualquier caso, estoy muy agradecida a las personas que me han acompañado en el trayecto, a mis colegas, profesionales admirables con quienes siempre puedo contar, y a mis estudiantes, de quienes siempre tengo algo que aprender, no solo a nivel cultural, sino también, y sobre todo, humano.